Andaba medio fachao
y me llegué al Paradero,
para gastar mi dinero
en pizzas con macho asao.
Allí las vende El Jabao
que es un tipo campechano.
No hay timbirichi cubano
que tenga tanto nivel
como el del socito aquel
en el centro de Bayamo.
Bajé por Antonio Saco
buscando algo de beber,
(es que soy de buen comer
a pesar de que estoy flaco)
Encontré un afrodisíaco
batidito de zapote.
Allí me embarré el bigote
tomándome dos vasitos,
con algunos pastelitos
para que el gusto se note.
Me colé en el Mercadito
-siendo ésta buena tienda-
para echarme una merienda
y calmar ese apetito.
Un refresco de pomito
con diez pesos resolví.
Y al rato cuando salí
me llegué a La Croquetera,
donde vacié mi cartera
por lo que allí me comí.
Un vendedor de algodón
en la esquina del paseo
aprovechaba el recreo
haciendo plata un montón.
Y le dije: Muchachón,
¿me haces uno bien bueno?
Y con el vasito lleno
de azúcar multicolor,
echó a andar el motor
de ese negocio tan pleno.
Confiando en la barriguita
-sabiendo que era mi embarque-
llegué a la esquina del parque
a comerme una rosquita.
Luego marqué en la colita
para comprarme un helado.
Y esperando allí sentado
mientras el «buque» venía,
el menudo que tenía
me lo gasté en granizado.
Almorcé en el Bar Pedrito
lo mejor de ese menú,
y a la vuelta me eché un prú
bajando por Capotico.
Me pasé un día bien rico
y me di tremenda hartá.
Llegué a casa y mi mamá
me esperaba con cariño:
-Dale báñate mi niño,
que ya la comida está.
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