Fue Cristo y resucitó
a Lázaro al cuarto día
y dijo a Marta y María:
«su hermano nunca murió».
Y Betania se alegró
viendo a su santo volver.
Volvió fuerte para ser
el obispo de Kitión
de aquella resurrección
que marcó el amanecer.
En otra historia él era
un indigente leproso,
con heridas y andrajoso
sin una manta siquiera.
Destinado a una cojera
que al andar lo destruían.
Unos perros que comían
las frutas que le tiraban,
en las calles lo cuidaban
y sus llagas le lamían.
Orula a Babalú Ayé
muchas mujeres contó
y hasta Ochún lo abandonó
por irrespeto a su fe.
Estuvo enfermo hasta que
Olofi le dio el perdón.
El santuario del Rincón
a sus fieles hoy invita
a ponerle una velita
y brindarle devoción.