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Duende, muñeca, burbuja…

Vino un duende a mi poesía
a que jugara con él
¿cuál es tu nombre?- Samuel,
y alegró la tarde mía.
Yo juro que no sabía
que los duendes eran eternos
juguetones y modernos
como el verso que me dijo:
-Ven a besar a tu hijo-
y fue el regalo más tierno.

A una muñeca rubita
una décima le hice
y disfruté cuanto quise
su figura tan bonita
ni una llovizna le quita
su sonrisa de oropel
digna de que un pincel
dibuje ese gran tesoro
y a todo lo que yo añoro
de mi María Isabel.

Una lágrima se estruja
a kilómetros de aquí
y es que sobre un alelí
se ha posado una «burbuja»
Es Amelia quien me empuja
a cantarle una canción
y apretarla con pasión
por diáfana peregrina
donde su encanto germina
dentro de mi corazón.

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Publicado enMis duendes

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