Nos tocaba pastorear
un buen día en el Silberto,
en esas tardes de huerto
que íbamos a trabajar.
Seis toros para cuidar
y una mulita cerrera.
Y el «niño» con su loquera,
quiso hacerse el del rodeo
y no duró en el torneo
ni dos minutos siquiera.
A un murito la arrimé
-hablando de aquella mula-
la bicha se puso fula
cuando montarla intenté.
Al cocote me agarré
¡quién me lo iba a decir!
Esa bestia al presentir
y al ver mi cara asustá,
me ha dao una revolcá
difícil de describir.
Ivancito iba conmigo
tremendo susto se dio
y Mailín también gritó
quien fue la otra testigo.
Tremendo susto les digo
hasta tiemblo por contarlo.
Montar mulas, ni soñarlo,
y sabiéndolo declaro,
que soy nieto de Genaro
y ese truco, ni intentarlo!
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